Añoro la época en la que comprarse unos zapatos era ir a la zapatería de siempre y pedir cualquier zapato para caminar.
En la que se hacía la mermelada en casa.
En la que hablar de dinero era casi tan escaso como hablar de sexo.
En donde la palabra “comprar “ se usaba una vez al año cuando nos hacíamos de lo que necesitábamos.
Añoro la época en la que los deportistas eran solo deportistas aunque fueran feos, flaquitos, bajitos y despeinados.
Y las marcas no protagonizaban los diseños sino que eran un nombre lejano y chiquitico en una etiqueta que nadie vivía.
Esa época en donde la ropa se pintaba de flores, cuadros, rayas, lunares o dibujos sin importar las letras o las palabras.
Esa época hermosa en la que la gente se unió por lo que era, por lo que hacía, sin importar lo que tenia.
Este mundo loco nos metió en una cuadrícula en donde nadie se comunica mirándose a los ojos hablando con la mirada.
Las familias se sientan a cenar pantalla de por medio porque tenemos tanto miedo de lo que somos que necesitamos esa máscara o peor aún, tenemos miedo de lo que ya no somos.
Añoro esa época gigante en la que hacer el mercado era relajante, conversar con el carnicero, preguntarle por su mujer, llegar al verdulero con el rojo de la patilla y el amarillo haciéndole cortejo al mango.
Este mundo impersonal en donde las manos solo acarician los teclados me hacen añorar aquella época en la que un regalo era una fiesta y no una obligación.
En donde la navidad era cortar ramitas de pino y hacer tortas y hallacas y luego regalarlas como un trofeo que revive a la abuela y la sienta con nosotros a celebrar las 6 campanadas de los logros y las 6 de las esperanzas.
Sueño con aquel mundo en donde el premio era 5 minutos de cariñitos en la espalda, en donde un 20 en el colegio te daba el derecho a no comerte las caraotas.
Y los domingos eran domingos de primos, tíos, sacábamos a relucir nuestro vestido mas lindo, que casi nunca estaba de moda porque la moda era algo de modelos y princesas de países lejanos.
En donde comprar un carro era un evento especial que estrenaba cada década porque el anterior nos quedaba chiquito, o lo heredaba el hijo mayor.
Y las tetas servían para amamantar a los hijos y abrigarlos de frío en las noche de miedo y eran hermosas por eso y permanecían calentitas y blanditas dentro del vestido lejos de las miradas.
En la que el amor era solo el amor y casarse era celebrar el amor aunque no hubiera fiesta, ni vestido, ni fotos.
Añoro las fotos de papel esas que podíamos tocar dejándole la huella y colgaban hermosas en las salas de las casas y habitaban entre nosotros momentos brillantes.
Estoy desfasada en el tiempo y me siento afortunada porque en mi añoranza esta mi batalla, mi lucha de cada día, mi granito de arena, en mi añoranza esta mi calor, mi fuego y mi pasion y la convicción mas profunda de que dentro de cada uno de nosotros habita un alma sin botox que no esta ausente sino escondida, esas almas temerosas de salir a esta intemperie metálica y electrónica siguen vivas aunque la piel este cocida por todas parte.
Añoro el momento en que esas almas retomen los rostros y las arrugas y en las sonrisas frescas de cada una celebremos que ya no tengo nada que añorar.